A veces pasar inadvertido puedes ser una buena manera de sobrevivir, y eso le debió pasar a esta pequeña estatua situada en un rincón de la Plaza Catalunya. Se dice que se salvó de la furia iconoclasta desatada en los primeros años de la Guerra Civil (1936-1939) gracias a que ningún anarquista la vio. De otra manera posiblemente habría acabado fundida o deformada a martillazos. En cambio permaneció indemne para alivio de muchos católicos catalanes, que murmuraban oraciones clandestinas cada vez que pasaban por delante. Hoy en día, todavía, se puede ver la pequeña virgen entre los bancos que rodean la plaza junto a la parada del Aerobus.
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